Pensado, en un principio, como un cortometraje documental sobre la familia del poeta Leopoldo Panero, el experimento pronto se escaparía de las manos de Jaime Chavarri e iría engrosando su metraje y decidiendo por su cuenta su contenido. Y no podía por menos de ser así, pues los protagonistas desbordan con creces las expectativas de cualquier intento de dirección, creando sus propios personajes, que, a su vez, toman las riendas de la película.
Los entresijos de su psicología se ofrecen en toda su complejidad al espectador, a modo de herida abierta por la cual no sólo se atisba el desencanto de la España del franquismo --que Chavarri pretendía reflejar--; la muerte del padre da pie a un ejercicio de crítica ajena y propia, con ferocidad desacostumbrada sin duda para los espectadores en el momento de su estreno.
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