La gente suele estar equivocada con respecto a lo que es la Química en Educación. Se suele pensar que es una asignatura que se introduce en primaria, mas científicamente en secundaria, a lo sumo en bachillerato, o es una carrera, una forma de vivir docentemente o, en el mejor o peor de los casos, un aliciente a través del cual investigar, descubrir y/o inventar algo.
Pero no, no es así.
La Química en Educación es algo que descubrí, al menos yo, hace más de 30 años cuando ejercía de entrenador de baloncesto. Y sigo recurriendo a ella. Cuando, en medio de una charla prepartido, miraba la cara de los jugadores a los que me dirigía y me decía a mí mismo, que ese partido lo íbamos a ganar. De la misma manera, que en otras ocasiones, los miraba y me decía que aquel partido no había manera de ganarlo.
Decía que íbamos a ganar el partido haciendo basket-control (algo afortunadamente en desuso), cargando el rebote ofensivo, haciendo jugar a unos de nuestros cinco de cuatro, y a uno de nuestros 4 de tres. Y resulta que ganabas el partido haciendo exactamente eso. Pero ya tú lo habías sentido. Y lo que es mejor, ellos lo habían sentido e interiorizado.
Debe ser algo similar a cuando alguien da una charla TED y siente que lo que está diciendo trasciende sus sensaciones y está llegando al otro lado. No es algo fácil, ni siquiera predecible o que puede ser preparado. Claro que debe ser preparado, programado como dicen los autómatas de la enseñanza. Pero no, no basta solo con eso.
Son sensaciones que todo aquel que de alguna manera ama la enseñanza ha sentido alguna vez. Probablemente en menos ocasiones de las que desearía.
Lo cierto es, que en este curso, estoy rozando la piedra filosofal. Espero que como buen supersticioso no rompa la racha por contarlo.
Comencé el curso con una tutoría de más de treinta alumnos. Por arte birlibiloque de estas conserjerías, avanzado octubre, la vi dividida por la mitad. No me hubiera importado seguir con la tutoría al completo, porque ya la había rozado. De hecho, sigo siendo tutor de los dos cursos aunque sea virtualmente o como docente cuando a mis clases vienen como un único grupo.
Estoy tan encantado que me da miedo decirlo, bien sea por presuntuoso (que intento no serlo), como por la posibilidad de romper el hechizo.
Esa es la Química Educativa de la que pretendo hablar. Esa que, todos los docentes que se tienen por tales, han sentido en alguna ocasión. Esa que sin ser de color rosa (precisamente) carga las baterías de la docencia. Esa que nos permite seguir adelante en esas procelosas aguas de la enseñanza y del devenir social.
Que me perdonen los verdaderos químicos y los que se dedican a su docencia por este allanamiento o usurpación de funciones. Nada más lejano a mis intenciones. Seguro que si esos químicos además son docentes, entienden algo de lo que hablo y disculparán en alguna medida mi osadía.
En este sentido (y tal vez en otros) todos los docentes deberían estudian o formarse en Química Educativa.
Aun así, sin ser happy-flower, que no lo es, este el el verdadero combustible renovable que nos permite seguir adelante cuando trabajamos en esto de la enseñanza y las cosas no nos vienen tan bien dadas.
Química Educativa, dícese de ese clima especial que se establece entre docentes y discentes en el que conectan y sienten que algo sublime se está produciendo y les permite crecer. Mi amiga @londones, que es doctora, creo que sabe mucho de Química.
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