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martes, 19 de febrero de 2013

De Boomerangs, cuentos y amigas


Un amiga me escribe un correo devolviéndome ella uno de esos favores que dice que le he hecho últimamente y mira por donde, me ha sugerido un post, mientras le contestaba.

Tres perspectivas de la misma historia.

Como escribí en su día en mi selección de cuentos favoritos

He elegido este cuento de la misma manera que podía haberlo hecho con otros como "El Plantador de Dátiles" (Aquí dejo también una interesante aplicación de Yo Oriento: Cuento del plantador de datiles: METODO en 8 pasos para merendarse el día a día) pero ya los había elegido. Muchas veces, más de las que pensamos, seremos tratados tal y como nosotros tratemos. En este sentido existe otro cuento cuyo nombre no recuerdo ahora mismo, que hablaba de un ladrillo y la técnica mejorada para lanzárselo a los demás, hasta que al incorporarle un resorte para no tener que recogerlo cada vez que era tirado, éste golpeó al lanzador. El sentido era el mismo, pero he optado por "El efecto Boomerang" por tener un cariz más positivo, centrado en lo que debemos hacer y no tanto en las consecuencias de lo hecho.
Hoy le dejo a mi amiga y a una nueva seguidora que tengo en Twitter y de la que espero aprender muchas cosas, @Rcatasus (recomendándoles que la sigan) todos estos cuentos juntos, para que sepa, que de vuelta no me ha vendio un ladrillo, ni ladridos, sino un boomerang.

También algunos más de mis favoritos en estos enlaces remarcando varios:
Su nombre era Fleming, y era un granjero escocés pobre.
Un día, mientras intentaba ganarse la vida para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda que provenía de un pantano cercano. Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí encontró hasta la cintura en el estiércol húmedo y negro a un muchacho aterrado, gritando y esforzándose por liberarse. 

El granjero Fleming salvó al muchacho de lo que podría ser una lenta y espantosa muerte.
Al día siguiente, llegó un carruaje elegante a la granja. Un noble, elegantemente vestido, salió y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero Fleming había ayudado.
“Yo quiero recompensarlo”, dijo el noble. “Usted salvó la vida de mi hijo”.
“No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice”, contestó el granjero escocés.

En ese momento, el hijo del granjero vino a la puerta de la cabaña.
“¿Es su hijo?” Preguntó el noble.
“Sí”, el granjero contestó orgullosamente.
“Le propongo hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos”.

Y el granjero aceptó.

El hijo del granjero Fleming asistió a las mejores escuelas y al tiempo, se graduó en la Escuela Médica del St. Mary´s Hospital en Londres, y siguió hasta darse a conocer en el mundo como el renombrado Dr. Alexandre Fleming, el descubridor de la penicilina.

Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano estaba enfermo de pulmonía.

¿Quien salvó su vida esta vez?… La penicilina. El nombre del noble? Sir Randolph Churchill. ¿El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.
Alguien dijo una vez: Lo que va, regresa.
Trabaja como si no necesitaras el dinero.
Ama como si nunca hubieses sido herido.
Canta como si nadie escuchara.
Vive como si fuera el Cielo en la Tierra.


EL LADRILLO BOOMERANG


"Había una vez un hombre que iba por el mundo con un ladrillo en la mano. Había decidido que cada vez que alguien le molestara hasta hacerle rabiar, le daría un ladrillazo. El método era un poco troglodita, pero parecía efectivo, ¿no?
Sucedió que se cruzó con un amigo muy prepotente que le habló con malos modos. Fiel a su decisión, el hombre agarró el ladrillo y se lo tiró.
No recuerdo si le alcanzó o no. Pero el caso es que después, tener que ir a buscar el ladrillo le pareció incómodo. Decidió entonces mejorar el “Sistema de Autopreservación del Ladrillo”, como él lo llamaba. Ató el ladrillo a un cordel de un metro y salió a la calle. Esto permitía que el ladrillo nunca se alejara demasiado, pero pronto comprobó que el nuevo método también tenía sus problemas: por un lado, la persona destinataria de su hostilidad tenía que estar a menos de un metro y, por otro, después de arrojar el ladrillo tenía que tomarse el trabajo de recoger el hilo que, además, muchas veces se liaba y enredaba, con la consiguiente incomodidad.
Entonces el hombre inventó el “Sistema Ladrillo III”. El protagonista seguía siendo el mismo ladrillo pero, este sistema, en lugar de un cordel llevaba un resorte. Ahora el ladrillo podía lanzarse una y otra vez y regresaría solo, pensó el hombre.
Al salir a la calle y recibir la primera agresión, tiró el ladrillo. Erró, y no pegó en su objetivo porque, al actuar el resorte, el ladrillo regresó y fue a dar justo en la cabeza del hombre.
Lo volvió a intentar, y se dio un segundo ladrillazo por medir mal la distancia.
El tercero, por arrojar el ladrillo a destiempo.
El cuarto fue muy particular porque, tras decidir dar un ladrillazo a una víctima, quiso protegerla al mismo tiempo de su agresión, y el ladrillo fue a dar de nuevo en su cabeza.
El chichón que se hizo era enorme...
Nunca se supo por qué no llegó a pegar jamás un ladrillazo a nadie: si por los golpes recibidos o por alguna deformación de su ánimo.
Todos los golpes fueron siempre para él mismo"
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