Mi primer contacto con la Tribu 2.0 y su coordinadora fue, como tantas otras cosas, a través de Conchita. Me comentó que una tal Mercedes, personaje encantadoramente bipolar donde los haya, le solicitaba autorización para usar unos de nuestros vídeos en una de sus charlas.
Por aquel entonces, ignoraba el laberinto de emociones en el que me estaba sumergiendo. Emociones de Cine.
No pasó mucho tiempo, cuando nuevamente, Conchita me estaba invitando, pistola en mano, al mejor de los westerns. A participar en la Tribu 2.0 junto con un personaje de cuento, una tal Dª Díriga.
Iluso yo, llevado de mi afición cinematográfica en pequeño y gran formato, le contesté afirmativamente, sin comprender mucho de lo que me había propuesto y menos aún de la vorágine que se me venía encima.
Entonces fue cuando conocí al huracán Mercedes, ese curiosamente no tropical que te arrastra sin posibilidad de escapatoria, y al torbellino Dª Díriga, que te termina de voltear y sacar cosas de las personas que ignoraban llevar en su interior.
Claro, que en todo western que se precie, al otro lado de la calle, mano sobre la cartuchera, no podía faltar un pistolero que aceptase retos y duelos. No sabía ella tampoco quién iba a avanzar en la calle, paso a paso, con música de Ennio Morricone aceptando el envite y acariciando su colt 45.
Iluso nuevamente, creía el ladrón, que no todos eran de su condición y que la forajida Dª Díriga (a mí nunca me ha engañado, no era un personaje de cuento, sino una asaltadora profesional) actuaba sola.
¡Qué va! Nada más lejos de la ficción. Reunía a toda una banda de secuaces, a cual peor.
Vamos, que a medida que avanzaba lenatamente por aquella calle sin retorno, me iba percatando de la imposibilidad de salir de aquel duelo. La tal Dª Díriga, tenía apostados a ambos lados de la calle a toda su banda de salteadores profesionales.
Fue entonces como fui conociendo a toda la Tribu 2.0 (tampoco me engañaron, no eran indios, era una banda de pistoleros en la que cada cual te pegaba su particular asalto).
Claro, como dice el refrán, "si no puedes con tu enemigo, únete a él". No podía aventurar yo que la leyenda fuera realidad y que Billy la niña existiese. Ese era su verdadero nombre y la generosidad su colt. Colt que portaban cada uno de sus forajidas y forajidos.
Ese era el principal revólver (entiéndase arma) de esa banda que se hace llamar Tribu 2.0: la generosidad.
Porque no crean ustedes que lo que he aprendido con ellos es sobre el cine de western.
No, me han enseñado la mejor cara del oeste enredado. Aquél en el que siempre encontrabas una mano dispuesta a desenfundar ante el primer reto y lo hacían si esperar bala alguna de vuelta.
Claro, cuando te unes a una banda de intrépidos pistoleros no pueden faltar los asaltos. Y llegó el primero.
Un blog, dos blogs, tres blogs, el cine es un blog que se me colgó. Interferencia televisiva.
Y claro, el primero fue en América.
Pero ¡Oh, sorpresa! No era de esa América de los western, ni siquiera de la América de Colón. Bueno, un poco sí. Pero no se quedaba en ella, era poliédrica. Nos presentaba caras no habituales. Era precolombina, colombina, histórica, del presente cercano, era cuestionadora, del pasado y del presente próximo, para hacernos llegar al inmediato. Toda una joya para la educación crítica, para forjar tu propio criterio viendo las cosas desde distintas ópticas. Se trataba de También la lluvia de Icíar Bollaín.
Y fue entonces cuando descubrí que tambien había buenos westerns a este lado del atlántico. Y no me refiero al spaghetti western. Me refiero a western de calidad. Había también un dorado por estas tierras.
Pero no descubrí solo El Dorado. también encontré el valor de El Dorado como re-volver educativo, que no disparaba precisamente balas, sino que las cuestionaba.
Descubrí que cuando les mostrábamos otro cine a nuestros alumnos, éste les llagaba, les enriquecía. ünicamente debíamos elegir bien y darle una oportunidad. Esa oprtunidad que se le suele negar.
Y saltamos entonces al cine de Guerra: De mayor quiero ser soldado.
Me envía entonces, Mercedes, una ráfaga percutora. Una ráfaga en forma de película. Pidiéndome consejo. Ahí fue cuando descubrí que no sólo era una forajida. En ese momento me percaté de su bipolaridad. Me pedía consejo para decidir si abordábamos esa fragata.
Y, claro, como en la primera afición del protagonista de De mayor quiero ser soldado, elegí la Luna. Y allí me encontré, definitivamente ,con Dª Díriga.
Y lo que aprendí en ese momento fue que una película no tiene que ser redonda para sacarle partido educativo. La película llegó a nuestros alumnos más de lo que yo había imaginado. Nuestros alumnos salieron sensibilizados con la violencia más de lo que cualquiera de nuestras habituales ráfagas de metralleta lo hubiera hecho.
Trabajo antes, durante, después, a continuación, cienforums, comics, producciones, reflexiones, críticas y sátiras acompañaban a cada guerra declarada a la violencia.
Y llegó el torbellino. Mejor dicho, el huracán Mercedes. Ya no pudimos parar. Película tras película, inundábamos las salas de Botones.
Una guerra muy peculiar, la que nos mostró que para tratar la violencia no hay que regodearse en ella. Que la ternura tiene hueco en época de desgracias. Que los grandes tenemos mucho que aprender de los pequeños si miramos con los ojos adecuados. La Guerra de los botones, una de esas películas que inexplicablemente no llega a todas las salas y que al no contar con toda la parafernalia hollywoodiense, es retirada en poco tiempo. Curiosamente, en la sala que la vimos no fue proyectada, cuando la gente iba a preguntar por ella al cine, les decían que allí no la iban a proyectar.
Visibilidad, Educación, eso es lo que le falta a nuestro cine.
¿Y ahora adónde vamos? Está claro, avanzamos en busca de otros cines. Nadine nos transporta al cine libanés. Un cine de autora, plagado de sensibilidad y metáforas para tratar temas incandescentes en un territorio castigado. La mujer como solución. La guerra como estereotipo masculino que causa estragos en las entrañas de este mundo. Una cineasta para no perder de vista, como ya nos había mostrado en Caramel.
Con tanta película, nos emocionamos, nos arrugamos, vivimos. El cine es, sobre todo, emoción. Paco Roca e Ignacio Ferreras nos enseñan que la arruga es bella. Una película entrañable, tierna, que acerca de manera incomprensible dos mundos tan lejanos. El de la juvenud y el del ocaso que se resiste, volviendo al western, a morir sin las botas puestas.
Me impresionó como esta película es capaz de poner a los jóvenes en el lugar de los mayores. Mirar con sus propios ojos. Entender su mundo, sus complicaciones, sus soledades. El valor de la amistad, que a pesar de ir desapareciendo físicamente, no deja de ser necesaria. Más que nunca, seguir descubriéndola.
Siguiendo por esos mundos, nos hacía falta un espejo en el cielo, una escuela en con los pies bien puestos en el suelo, que sacase partido a todos esos sueños de la razón, que dirían en los Goyas. Katmandú era el lugar para hacerlo. Para transportar nuestra escuela allende nuestras fronteras, ponernos el cielo como imagen de espejo y comprender otros mundos para entender el nuestro.
Formando al futuro espectador. Después de mirarnos en el espejo, ya no nos bastaba la luna. Nos fuimos al cielo, de La parte de los ángeles, toda una metáfora de la educación. Esa que el cine necesita y que no acaba de enterarse. Esa que la educación necesita y no termina de explotar. El lenguaje cinematográfico, la imagen, la alfabetzación mediática y visual no puede estar ausente del mundo educativo.
La parte de los ángeles, lejos de ser una película redonda, nos muestra que no hay causas perdidas, que sólo se pierden las que se abandonan. Y ésta sociedad está abandonando muchas. Nos muestra el verdadero rol del profesor: enganchar a la vida, encauzar, mejor aún, ofrecer cauces, dar oportunidades, descubrir gustos, aficiones, profesiones..., servir de tabala de salvación.
Alcanzamos el cielo de las películas, cuando la crisis que afecta a este país nos dio de bruces con la realidad. Ningún Elefante blanco nos va a separar de nuesro camino por dura que sea.
¿Adónde va la Tribu en este contexto?
La Tribu no se rinde. Da un paso más y no será El último paso. Lucharemos con gigantes y demostraremos que no son sino molinos. Nos nos arrugaremos de nuevo si hace falta.
Un cine por descubrir (También la lluvia), por apreciar (Arrugas) debe saber a dónde dirigirse (¿Y ahora adónde vamos?), que pasos dar (El último paso), que batallas acometer (De mayor quiero ser soldado), que obstáculos vencer (Elefante blanco), tener un espejo en el que mirarse (Katmandú, un espejo en el cielo), lechar contra gigantes (VeoQuijote) y, sobre todo, cómo afrontarlo para alcanzar la gloria (La parte de los ángeles).
La Tribu, un espejo en el que mirarse, para, con la escuela en el suelo, transportarnos y enriquecernos. Cine y educación, juntos, de la mano.
La Tribu ¡Ah! ¡Me habían preguntado por eso!
La tribu no existe, no está en los papeles que tanto abundan en este país. Está en la red, en el intercambio, en el aprendizaje colaborativo, en el enriquecimiento mutuo, en la lluvia, en las arrugas, en la educación frente a la violencia y por la paz, en plantearnos hacia dónde vamos, en ofrecer cauces, en abrir puertas, en el lenguaje cinematográfico, en la Educación.
La Tribu es generosidad.
Entonces fue cuando conocí al huracán Mercedes, ese curiosamente no tropical que te arrastra sin posibilidad de escapatoria, y al torbellino Dª Díriga, que te termina de voltear y sacar cosas de las personas que ignoraban llevar en su interior.
Claro, que en todo western que se precie, al otro lado de la calle, mano sobre la cartuchera, no podía faltar un pistolero que aceptase retos y duelos. No sabía ella tampoco quién iba a avanzar en la calle, paso a paso, con música de Ennio Morricone aceptando el envite y acariciando su colt 45.
Iluso nuevamente, creía el ladrón, que no todos eran de su condición y que la forajida Dª Díriga (a mí nunca me ha engañado, no era un personaje de cuento, sino una asaltadora profesional) actuaba sola.
¡Qué va! Nada más lejos de la ficción. Reunía a toda una banda de secuaces, a cual peor.
Vamos, que a medida que avanzaba lenatamente por aquella calle sin retorno, me iba percatando de la imposibilidad de salir de aquel duelo. La tal Dª Díriga, tenía apostados a ambos lados de la calle a toda su banda de salteadores profesionales.
Fue entonces como fui conociendo a toda la Tribu 2.0 (tampoco me engañaron, no eran indios, era una banda de pistoleros en la que cada cual te pegaba su particular asalto).
Claro, como dice el refrán, "si no puedes con tu enemigo, únete a él". No podía aventurar yo que la leyenda fuera realidad y que Billy la niña existiese. Ese era su verdadero nombre y la generosidad su colt. Colt que portaban cada uno de sus forajidas y forajidos.
Ese era el principal revólver (entiéndase arma) de esa banda que se hace llamar Tribu 2.0: la generosidad.
Porque no crean ustedes que lo que he aprendido con ellos es sobre el cine de western.
No, me han enseñado la mejor cara del oeste enredado. Aquél en el que siempre encontrabas una mano dispuesta a desenfundar ante el primer reto y lo hacían si esperar bala alguna de vuelta.
Claro, cuando te unes a una banda de intrépidos pistoleros no pueden faltar los asaltos. Y llegó el primero.
Un blog, dos blogs, tres blogs, el cine es un blog que se me colgó. Interferencia televisiva.
Y claro, el primero fue en América.
Pero ¡Oh, sorpresa! No era de esa América de los western, ni siquiera de la América de Colón. Bueno, un poco sí. Pero no se quedaba en ella, era poliédrica. Nos presentaba caras no habituales. Era precolombina, colombina, histórica, del presente cercano, era cuestionadora, del pasado y del presente próximo, para hacernos llegar al inmediato. Toda una joya para la educación crítica, para forjar tu propio criterio viendo las cosas desde distintas ópticas. Se trataba de También la lluvia de Icíar Bollaín.
Y fue entonces cuando descubrí que tambien había buenos westerns a este lado del atlántico. Y no me refiero al spaghetti western. Me refiero a western de calidad. Había también un dorado por estas tierras.
Pero no descubrí solo El Dorado. también encontré el valor de El Dorado como re-volver educativo, que no disparaba precisamente balas, sino que las cuestionaba.
Descubrí que cuando les mostrábamos otro cine a nuestros alumnos, éste les llagaba, les enriquecía. ünicamente debíamos elegir bien y darle una oportunidad. Esa oprtunidad que se le suele negar.
Y saltamos entonces al cine de Guerra: De mayor quiero ser soldado.
Me envía entonces, Mercedes, una ráfaga percutora. Una ráfaga en forma de película. Pidiéndome consejo. Ahí fue cuando descubrí que no sólo era una forajida. En ese momento me percaté de su bipolaridad. Me pedía consejo para decidir si abordábamos esa fragata.
Y, claro, como en la primera afición del protagonista de De mayor quiero ser soldado, elegí la Luna. Y allí me encontré, definitivamente ,con Dª Díriga.
Y lo que aprendí en ese momento fue que una película no tiene que ser redonda para sacarle partido educativo. La película llegó a nuestros alumnos más de lo que yo había imaginado. Nuestros alumnos salieron sensibilizados con la violencia más de lo que cualquiera de nuestras habituales ráfagas de metralleta lo hubiera hecho.
Trabajo antes, durante, después, a continuación, cienforums, comics, producciones, reflexiones, críticas y sátiras acompañaban a cada guerra declarada a la violencia.
Y llegó el torbellino. Mejor dicho, el huracán Mercedes. Ya no pudimos parar. Película tras película, inundábamos las salas de Botones.
Una guerra muy peculiar, la que nos mostró que para tratar la violencia no hay que regodearse en ella. Que la ternura tiene hueco en época de desgracias. Que los grandes tenemos mucho que aprender de los pequeños si miramos con los ojos adecuados. La Guerra de los botones, una de esas películas que inexplicablemente no llega a todas las salas y que al no contar con toda la parafernalia hollywoodiense, es retirada en poco tiempo. Curiosamente, en la sala que la vimos no fue proyectada, cuando la gente iba a preguntar por ella al cine, les decían que allí no la iban a proyectar.
Visibilidad, Educación, eso es lo que le falta a nuestro cine.
¿Y ahora adónde vamos? Está claro, avanzamos en busca de otros cines. Nadine nos transporta al cine libanés. Un cine de autora, plagado de sensibilidad y metáforas para tratar temas incandescentes en un territorio castigado. La mujer como solución. La guerra como estereotipo masculino que causa estragos en las entrañas de este mundo. Una cineasta para no perder de vista, como ya nos había mostrado en Caramel.
Con tanta película, nos emocionamos, nos arrugamos, vivimos. El cine es, sobre todo, emoción. Paco Roca e Ignacio Ferreras nos enseñan que la arruga es bella. Una película entrañable, tierna, que acerca de manera incomprensible dos mundos tan lejanos. El de la juvenud y el del ocaso que se resiste, volviendo al western, a morir sin las botas puestas.
Me impresionó como esta película es capaz de poner a los jóvenes en el lugar de los mayores. Mirar con sus propios ojos. Entender su mundo, sus complicaciones, sus soledades. El valor de la amistad, que a pesar de ir desapareciendo físicamente, no deja de ser necesaria. Más que nunca, seguir descubriéndola.
Siguiendo por esos mundos, nos hacía falta un espejo en el cielo, una escuela en con los pies bien puestos en el suelo, que sacase partido a todos esos sueños de la razón, que dirían en los Goyas. Katmandú era el lugar para hacerlo. Para transportar nuestra escuela allende nuestras fronteras, ponernos el cielo como imagen de espejo y comprender otros mundos para entender el nuestro.
Formando al futuro espectador. Después de mirarnos en el espejo, ya no nos bastaba la luna. Nos fuimos al cielo, de La parte de los ángeles, toda una metáfora de la educación. Esa que el cine necesita y que no acaba de enterarse. Esa que la educación necesita y no termina de explotar. El lenguaje cinematográfico, la imagen, la alfabetzación mediática y visual no puede estar ausente del mundo educativo.
La parte de los ángeles, lejos de ser una película redonda, nos muestra que no hay causas perdidas, que sólo se pierden las que se abandonan. Y ésta sociedad está abandonando muchas. Nos muestra el verdadero rol del profesor: enganchar a la vida, encauzar, mejor aún, ofrecer cauces, dar oportunidades, descubrir gustos, aficiones, profesiones..., servir de tabala de salvación.
Alcanzamos el cielo de las películas, cuando la crisis que afecta a este país nos dio de bruces con la realidad. Ningún Elefante blanco nos va a separar de nuesro camino por dura que sea.
¿Adónde va la Tribu en este contexto?
La Tribu no se rinde. Da un paso más y no será El último paso. Lucharemos con gigantes y demostraremos que no son sino molinos. Nos nos arrugaremos de nuevo si hace falta.
Un cine por descubrir (También la lluvia), por apreciar (Arrugas) debe saber a dónde dirigirse (¿Y ahora adónde vamos?), que pasos dar (El último paso), que batallas acometer (De mayor quiero ser soldado), que obstáculos vencer (Elefante blanco), tener un espejo en el que mirarse (Katmandú, un espejo en el cielo), lechar contra gigantes (VeoQuijote) y, sobre todo, cómo afrontarlo para alcanzar la gloria (La parte de los ángeles).
La Tribu, un espejo en el que mirarse, para, con la escuela en el suelo, transportarnos y enriquecernos. Cine y educación, juntos, de la mano.
La Tribu ¡Ah! ¡Me habían preguntado por eso!
La tribu no existe, no está en los papeles que tanto abundan en este país. Está en la red, en el intercambio, en el aprendizaje colaborativo, en el enriquecimiento mutuo, en la lluvia, en las arrugas, en la educación frente a la violencia y por la paz, en plantearnos hacia dónde vamos, en ofrecer cauces, en abrir puertas, en el lenguaje cinematográfico, en la Educación.
La Tribu es generosidad.
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