No estoy negando nuestros enormes avances -pues hacerlo equivaldría a olvidar los velos, ataduras, prohibiciones, sometimientos en los que vivíamos no hace tanto- pero forzoso es constatar que seguimos prisioneras entre muros cambiantes, algunos de los cuales parecen inamovibles.
Descorazona ver cómo continúan los asesinatos de mujeres, cómo la violencia y las agresiones no cesan, como caen redes de pedófilos (lo cual significa que se renuevan constantemente), cómo la prostitución sigue pujante, moviendo millones de euros y gozando del beneplácito y complacencia de buena parte de la opinión pública.
Puesto que nadie medianamente coherente ignora que somos seres construidos, preciso es preguntarse por los mecanismos que fabrican el caldo de cultivo necesario para que pervivan y se reproduzcan tantas y tales tropelías y salvajadas. El patriarcado sigue vivo y en él se cimenta una estructura simbólica y un universo imaginario que educan en el convencimiento de que las mujeres somos seres de menor cuantía, seres al servicio del varón. A su servicio en todos sentidos: desde la comida hasta la cama. Desde el nacimiento hasta la muerte (incluida la muerte por asesinato).
¿Y cuál es el papel del relato de ficción audiovisual en todo esto? Fundamental. SEGUIR LEYENDO
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