Llevo 22 años en el IES María Pérez Pérez Trujillo de Puerto de la Cruz. Tantos como años tiene el centro. Quizás este hecho me ha permitido tener una perspectiva temporal sobre lo que puede significar un instituto para un barrio con sambenito y sentirme parte del mismo.
Veo cómo ha ido evolucionando el centro y no dejo de admirarme de lo que ha significado para este barrio. Es un instituto lleno de luz. Exteriormente no dice nada, pero cuando los visitantes acceden a su interior, se sorprenden de lo que ven ante sus ojos. Esa luz es determinante.
Por las paredes del instituto casi no parecen haber pasado los 22 años que ya va teniendo. Es un mérito colectivo que va desde las distintas promociones de alumnos y alumnas que han pasado por él, madres y padres ya de actuales alumnos, al mal pagado y poco reconocido personal de limpieza, hasta a un profesorado que ha ido dejando su impronta en este centro.
Esta semana se despidieron dos profesoras que llevaban casi todo el curso con nosotros y las dos lo hicieron con lágrimas en los ojos. No es casualidad. Tampoco significa que seamos la séptima maravilla del mundo educativo. Solo que algo tiene nuestro instituto que no deja igual a las personas. Nada diferente a otros centros en los que cientos de personas dejan su cariño y profesionalidad dándole vida a las paredes de un centro educativo.
Lo que sí que me llamó la atención desde que llegué a este centro es, lo que he venido en llamar, la teoría de los pasillos, o en su versión baloncestística, la de los minutos de la basura. Este vano intento de teoría viene a constatar que durante años, en los largos pasillos del instituto he visto detenerse durante unos segundos a variopintos docentes a hablar con los alumnos, les dieran o no clase, para interesarse por ellos más allá de los asuntos académicos.
Veo cómo ha ido evolucionando el centro y no dejo de admirarme de lo que ha significado para este barrio. Es un instituto lleno de luz. Exteriormente no dice nada, pero cuando los visitantes acceden a su interior, se sorprenden de lo que ven ante sus ojos. Esa luz es determinante.
Por las paredes del instituto casi no parecen haber pasado los 22 años que ya va teniendo. Es un mérito colectivo que va desde las distintas promociones de alumnos y alumnas que han pasado por él, madres y padres ya de actuales alumnos, al mal pagado y poco reconocido personal de limpieza, hasta a un profesorado que ha ido dejando su impronta en este centro.
Esta semana se despidieron dos profesoras que llevaban casi todo el curso con nosotros y las dos lo hicieron con lágrimas en los ojos. No es casualidad. Tampoco significa que seamos la séptima maravilla del mundo educativo. Solo que algo tiene nuestro instituto que no deja igual a las personas. Nada diferente a otros centros en los que cientos de personas dejan su cariño y profesionalidad dándole vida a las paredes de un centro educativo.
Lo que sí que me llamó la atención desde que llegué a este centro es, lo que he venido en llamar, la teoría de los pasillos, o en su versión baloncestística, la de los minutos de la basura. Este vano intento de teoría viene a constatar que durante años, en los largos pasillos del instituto he visto detenerse durante unos segundos a variopintos docentes a hablar con los alumnos, les dieran o no clase, para interesarse por ellos más allá de los asuntos académicos.
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