José Antonio Luengo
El vídeo termina con una escena sublime. El maestro, cualquier maestro, se va. Se va y ya no volverá. Se marcha triste. Su trabajo terminó y... Se marcha con la sensación de no haber culminado su labor, su trabajo, su tarea. Esa que le hizo venir y esforzarse cada día. Hasta que del cielo empiezan a caer aviones de papel. Como palabras. Como suspiros. Como voces que dicen sin parar: quédate, te queremos, eres nuestro maestro... Te queremos a nuestro lado. para que nos cuides, nos enseñes, nos muestres cosas que nunca veríamos sin tu ayuda. Quédate por favor... Pero al menos, si no te quedas, quédate con nuestro cariño. No podemos verte pero ahí tienes nuestras manitas diciéndote adiós. Adiós tal vez para siempre, pero nunca en nuestro corazón. El profesor recoge algunos de los aviones de papel y observa emocionado que son de sus niños, de sus alumnos. Y en ellos, en esos trocitos de papel, escriben sus cosas, su despedida; muestran su afecto en palabras, su corazón en letras. Él, el profesor, reconoce a sus alumnos, por cómo escriben por lo que escriben... Y mira emocionado hacia arriba. Primera imagen mágica, maravillosa. La mirada emocionada. Ahí están, y no puedo verlos. Pero están, y me quieren. Me quieren a su lado. Pero no volveré a verlos. La emoción le conmueve. Le hace casi llorar... Pero sabe que tiene que irse, irse para siempre. Dejarlos crecer, con nuevos profesores, nuevas experiencias. Y tras unos pasos dubitativos, se vuelve y vuelve a mirar. Hacia arriba. Vuelve a ver las manitas moviéndose nerviosas para decir adiós a su maestro. A quien les guión con cariño y afecto. Y con fe. Y él, el maestro, cambia su rostro. Y aparece la satisfacción en su rostro. Cumplí con mi deber. Y más. Lo di todo. Eso es. Todo. Y entran ganas de llorar. La emoción tiene que guiarnos. también.
El vídeo termina con una escena sublime. El maestro, cualquier maestro, se va. Se va y ya no volverá. Se marcha triste. Su trabajo terminó y... Se marcha con la sensación de no haber culminado su labor, su trabajo, su tarea. Esa que le hizo venir y esforzarse cada día. Hasta que del cielo empiezan a caer aviones de papel. Como palabras. Como suspiros. Como voces que dicen sin parar: quédate, te queremos, eres nuestro maestro... Te queremos a nuestro lado. para que nos cuides, nos enseñes, nos muestres cosas que nunca veríamos sin tu ayuda. Quédate por favor... Pero al menos, si no te quedas, quédate con nuestro cariño. No podemos verte pero ahí tienes nuestras manitas diciéndote adiós. Adiós tal vez para siempre, pero nunca en nuestro corazón. El profesor recoge algunos de los aviones de papel y observa emocionado que son de sus niños, de sus alumnos. Y en ellos, en esos trocitos de papel, escriben sus cosas, su despedida; muestran su afecto en palabras, su corazón en letras. Él, el profesor, reconoce a sus alumnos, por cómo escriben por lo que escriben... Y mira emocionado hacia arriba. Primera imagen mágica, maravillosa. La mirada emocionada. Ahí están, y no puedo verlos. Pero están, y me quieren. Me quieren a su lado. Pero no volveré a verlos. La emoción le conmueve. Le hace casi llorar... Pero sabe que tiene que irse, irse para siempre. Dejarlos crecer, con nuevos profesores, nuevas experiencias. Y tras unos pasos dubitativos, se vuelve y vuelve a mirar. Hacia arriba. Vuelve a ver las manitas moviéndose nerviosas para decir adiós a su maestro. A quien les guión con cariño y afecto. Y con fe. Y él, el maestro, cambia su rostro. Y aparece la satisfacción en su rostro. Cumplí con mi deber. Y más. Lo di todo. Eso es. Todo. Y entran ganas de llorar. La emoción tiene que guiarnos. también.
Son muchas las películas y relatos que el cine pone al servicio de la reflexión sobre la educación. Y muy interesantes. En el vídeo que acompaña a este conjunto de reflexiones y referencias y el texto que lo acompaña citaremos doce películas. Podían ser más. O menos. Y otras. He seleccionado estas doce de entre cerca de treinta que valoré como posibles. Podrían ser otras, insisto. De gran interés para el debate en los centros educativos. Con nuestros alumnos. Repensar la educación. Y la vida.
Repensar la educación es imprescindible. Siempre. Y, especialmente, en estos momentos de dudas insondables, zozobra, intereses ominosos, dolor y desesperanza de tantas y tantas personas. El magisterio, la acción de educar necesita repenserse, volver a considerar sus objetivos, propósitos, acciones, valores... El cine nos ayuda a ello. Imágenes que nos hablan, enternecen, nos hacen llorar, a veces. Mágicos momentos, la mirada de los pequeños, la ilusión por crecer por conocer. Y ahí, como un privilegio impredecible, los maestros. Y su ilusión, también, como escenario imprescindible. Por colaborar, modestamente, para crear un mundo mejor.
Repensar la educación es necesario hoy en día. En un mundo, el nuestro, que observa atónito la modificación sustancial de las condiciones que han venido configurando el estilo de vida en estos últimos cincuenta años, parece necesario centrar la atención, con seriedad y respeto, en el papel que representa la educación en el desarrollo saludable de niños y adolescentes y, por supuesto, en la configuración de un mundo más amable, justo, solidario y respetuoso.
Los valores relacionados con el éxito, la competitividad o el individualismo parecen haber derribado, casi definitivamente, las siempre ilusionantes barricadas protectoras de la convivencia pacífica, el afecto, la sensibilidad, la empatía, el respeto a las diferencias, la humildad, el comportamiento de colaboración y solidaridad... Pero no, no lo conseguirán. Porque no lo permitiremos. No podemos permitirlo. Hay que insistir, seguir insistiendo. Y la educación es el camino, el sendero por el que transitar y trasmitir, con nuestro ejemplo, el valor de la vida, las emociones, el abrazo, la ternura. El norte, un mundo más justo.
El cine nos ayuda. Abre ventanas que ni siquiera sabíamos que existían, desbroza caminos, disuelve dudas. Y nutre la ilusión. La ilusión por el aire fresco, la experiencia compartida, la discreción, la amistad, la cercanía. Por la paz. Por la vida interior, por la capacidad para esforzarse, por la autodisciplina. Y la orientación hacia las necesidades de los demás. Con sencillez. Lejos de la chulería, la arrogancia, el poder omnímodo, el individualismo voraz.
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